(Begoña Tárraga, en Revista 21). Un recorrido que nos sitúa frente a frente a paradigmas que intentan alcanzar erróneamente las sociedades postmodernas y que ensalza una virtud perenne, inmutable, considerada por muchos arcaica pero necesaria en cualquier cultura o tradición espiritual: la humildad.
El autor hace un magnífico recorrido aflorando que, en la fragilidad del ser humano, es donde comprobamos que en el mundo hay muchas cosas fuera de nuestra voluntad y hemos de afrontarlas mediante una virtud no considerada como cardinal o teologal pero totalmente necesaria en esas circunstancias de debilidad. La humildad late con fuerza en ese momento: el ser humano se da cuenta de que no lo puede todo. Eso no supone ningún complejo de inferioridad. El humilde tiene capacidad de escucha y aprende de la experiencia ajena. La humildad se relaciona con el espíritu crítico y modela el anhelo de excelencia.
El autor resalta también el vínculo estrecho de esta gran virtud con la gratitud e incluso con el buen sentido del humor. Por supuesto, el humilde es compasivo y tiene una gran capacidad para perdonar. Por último, es reseñable cómo nos invita a propiciar un descentramiento del propio yo bajo el paraguas de la transitoriedad que nos proteja de sucumbir al narcisismo y nos permita aproximarnos al misterio de Dios. Acceder a la humildad significa desasirse de uno mismo para acoger y reconocer a Quien le ha dado el ser. En definitiva, la capacidad de saber aceptar lo que no depende de nosotros con agradecimiento, algo que debe ponerse en alza en los tiempos que corren.
Begoña Tárraga
Revista 21 nº 1.058 (noviembre de 2021) 61.