(Bernardo Pérez Andreo, en Carthaginensia). Los últimos libros que ha publicado Xabier Pikaza tienen una larga historia detrás. Este prolífico autor lleva una cuenta de publicaciones que supera el ejemplar anual, hay años que ha publicado hasta tres libros. Habiendo sido siempre muy feraz en producción investigadora, en los últimos tiempos es capaz de ofrecer más a sus asiduos lectores que en su juventud, quizás porque los años dan un poso que permite una amplia productividad.
Este libro sobre Job, Los caminos adversos de Dios, tiene sus comienzos cuando inicia sus labores docentes en la Pontificia Universidad de Salamanca, allá por 1973. Nos cuenta que él venía de realizar una tesis filosófica sobre hermenéutica filosófica, de la mano de Aristóteles y Kant y que iba buscando «ideas claras y distintas», en línea con la Ilustración. Su profesor, Schokel, le indicó que estudiara la poesía hebrea, comenzando por Job, y así lo hizo, introduciéndose en un mundo distinto al de la claridad y distinción que propugnaba la filosofia moderna. Se trata de un mundo donde el sufrimiento de los hombres se mezcla con tormentas y animales extraños, seres imaginarios que han poblado la imaginación de muchos pueblos a lo largo de los siglos. Behemot y Leviatán son figuras que sirven para expresar la experiencia de un mundo doloroso, que se impone, que está ahí sin más, pero un mundo en el que Dios se muestra, no se demuestra.
El libro es una lectura línea a línea del Job. Es una obra de estudio en profundidad, que sigue la línea de Jung, Girard y Gutiérrez, de los que ha bebido para realizar su propia interpretación, al hilo de su propia vida, haciéndose lector y autor de un texto capaz de transformar la propia existencia. Leer a Job es sumergirse en el sufrimiento de quien tiene dos certezas: de un lado, la bondad de lo creado y de su Creador; del otro, la rectitud de quien se guía por la justicia. Cuando el mundo se revela un lugar inhóspito para quien ama a Dios y practica la justicia, surge el grito de Job que no es capaz de traicionarse a sí mismo y, en esta fidelidad a sí mismo, se revela la fidelidad máxima al Dios de amor y justicia. Pues, si Job hubiera callado antes los «amigos» teólogos que ofrecen una imagen de Dios que se revela falsa al final, entonces Dios habría estado perdido. Dios necesita que Job se mantenga fiel a sí mismo para seguir siendo el Dios que, desde la tormenta, es capaz de realizar una alabanza de su propia creación. La firmeza de Job en su inocencia, el discurso que rebate las legitimaciones de los «teólogos» al uso, es la fuerza que salva, misteriosamente, al mismo Dios. Este es el libro que Pikaza ha comentado dejando traslucir su propia experiencia vital: Job le enseña, nos enseña, que sostenerse firmes en el amor, la misericordia y la justicia es la única manera de seguir creyendo en el Dios de la promesa, en el Dios de la vida. No aceptar el mal como un castigo divino es mantener la santidad de Dios más allá de las circunstancias, es no caer en la blasfemia de los que hablaron mal de Dios. Hablar bien de Dios es actuar en fidelidad a uno mismo. Esta es la dura enseíl.anza de uno de los libros más dificiles de la Biblia.
Tras la lectura personal pero justificada en una amplia bibliografia erudita, el autor nos propone un Nuevo final para Job, una especie de tarea siempre pendiente en cada libro que nos cuenta una gran historia, en el fondo, nuestra historia. Se trata de una interpretación osada, donde no solo Job o sus «amigos», sino el mismo Dios aprende de la peripecia vital que nos relata. Dios se libera de la imagen del señor opresor que justifica todos los males de este mundo como castigos merecidos y libera, asimismo, al mundo natural de una intencionalidad que lo convertía en enemigo del hombre y no en el escenario de una relación amorosa, como la que muchos siglos después expresara san Francisco. El mundo natural es la expresión de la magnificencia divina, de su capacidad creadora sin límites. Dios mismo, es la Vida, el Bien y el Amor que los hombres pueden perseguir en su existencia por pura gratuidad, sin atisbo de egoísmo o interés propio. Quien es capaz de vivir así expresa la existencia de un Dios más allá de nuestra voluntad, más allá de nuestros pensamientos y sentimientos. Paradójicamente, solo quien vive de pura gracia, renunciando a las imágenes de Dios, es capaz de amar verdaderamente a Dios y expresarlo en su existencia. Como el mismo Jesús de Nazaret, que en su renuncia a las imágenes divinas, encuentra y expresa la más excelsa visión de Dios: el amor entregado hasta el extremo en la cruz. Renuncia, vaciamiento, negación de sí, son los elementos que constituyen la verdadera experiencia creyente.
Esta lectura no agota, sería imposible, las lecturas de Job, pero sí abre una lectura actualizada del mismo, abierta a la interpretación judía, pero también a muchas otras tradiciones y, en último término, a los hombres y mujeres de hoy que lejos de una experiencia creyente en el sentido estricto del término, siguen necesitando dar respuestas a las preguntas por un sentido a nuestras vidas en momentos de dificultad máxima. Quizás la pandemia que nos azota sea el momento jobiano de la posmodernidad, momento en el que marcados por la enfermedad, distanciados de lo que hemos vivido hasta hace poco, reflexionemos sobre lo mucho que ofrece la vida y sobre nuestro compromiso con un mundo y una humanidad que verdaderamente expresen el amor, el compromiso y la justicia que Dios ha mostrado en sus testigos a lo largo de la historia: Job, Jesús, Buda, Muhammad…
Bernardo Pérez Andreo
Carthaginensia, vol. XXXVII, nº 71 (enero-junio de 2021) 288-289.