(José Manuel Caamaño López, en Vida Nueva). Hace años que se vienen publicando muchas obras, artículos o comentarios sobre el transhumanismo en diversos medios, al mismo tiempo que se vienen celebrando jornadas, congresos y charlas para difundir o criticar las ideas presentes en este movimiento que para mucha gente genera bastante inquietud o al menos interés. Se puede decir que el transhumanismo es uno de los temas de moda desde hace ya un tiempo.
¿Por qué este interés? ¿Por qué el transhumanismo genera tantos apasionados defensores como radicales detractores? Pues yo diría que se debe a que el transhumanismo constituye un intento de redefinir la naturaleza humana, es decir, aquello que realmente somos, y, por tanto, se dirige a algo tan esencial como a la propia condición humana. De ahí su gran impacto. Porque no olvidemos que la tesis fundamental que vertebra este movimiento tecnofilosófico es que, en un futuro no muy lejano, podremos superar o transcender las barreras biológicas que nos conforman a través del uso combinado de las conocidas como NBIC, la nanotecnología, la biología, las técnicas de información y comunicación, y las técnicas cognitivas. De esta manera, podríamos llegar incluso a crear una nueva especie transhumana, circunstancia que resulta enormemente inquietante más allá de la mezcla que pueda existir entre la ficción y la realidad en semejante tesis.
Ahora bien, si el transhumanismo está siendo bastante analizado desde diferentes aproximaciones, no así desde el punto de vista estrictamente teológico, es decir, desde lo que supone para la antropología y para el conjunto de la fe cristiana, más allá de algunos estudios breves y parciales sobre algún aspecto concreto. Y creo que aquí se sitúa la relevancia de Humanos, sencillamente humanos, del profesor Felicísimo Martínez Díez, dado que cubre un vacío existente en español sobre esta cuestión de tanta actualidad y que, además, afecta al conjunto de la relación entre ciencia y religión.
Proyecto “mesiánico”
Según el autor, el transhumanismo no solo pone en cuestión la idea del ser humano transmitida en la tradición cristiana, sino que se nutre de muchos conceptos religiosos, hasta el punto de que en todo el proyecto transhumanista existe un cierto “ambiente mesiánico” que lo convierte en algo así como una especie de “escatología secularizada”. De ahí que debamos conocer sus aportes para poder ofrecer una respuesta lo más convincente posible.
En este sentido, la obra de Martínez Díez resulta de un gran interés, incluso por la opción tomada en el tratamiento del tema. A lo largo de sus nueve capítulos, el autor va reproduciendo las tesis del transhumanismo y ofreciendo un análisis de las mismas. Y lo hace de una forma crítica pero constructiva, recogiendo lo mejor de los autores transhumanistas y reflexionando críticamente sobre aquellos aspectos en los cuales se puedan producir distorsiones tanto en la visión de lo humano como incluso en la concepción de Dios, algo que no es infrecuente en muchos de los temas en los que existe interacción entre ciencia y religión. Basta pensar en cuestiones como la libertad, el sentido de la vida, la muerte y la resurrección. Esa línea de diálogo positivo la sintetiza él mismo en las palabras conclusivas del libro: “Que los creyentes escuchen con atención a científicos y técnicos. Que científicos y técnicos no prescindan alegremente de la mirada creyente de la vida”.
En suma, se trata de una obra que merece la pena tener en cuenta, tanto para conocer de forma clara y sencilla el transhumanismo como para responder a los desafíos que puede presentar de cara al futuro del ser humano y de la visión creyente del mismo. Y es una obra, además, bien escrita y clara, cosa que el lector agradecerá.
José Manuel Caamaño López
Vida Nueva 3.225 (29 de mayo de 2021), 43.